El Mediterráneo, el Gran Mar Azul, el Mare Nostrum, …
Tantos nombres cariñosos para llamarla, nuestro mar. El mar que fue la cuna de nuestra civilización, el mar alrededor del cual el Imperio Romano construyó nuestro pasado, nuestra cultura y desarrolló lo que se convertiría en la Europa actual.
Una Europa que tratamos difícilmente de reunir después de tantos siglos de conflictos, causados por los intereses de la nobleza, por los idiomas que divergen, por las religiones que se oponen y por los nacionalismos que todo eso ha engendrado. Un mar que nos separa cruelmente de las poblaciones menos favorecidas, que hemos explotado y que hoy algunos políticos quisieran contener y mantener excluidos de una sociedad que han contribuido a crear.
En mar hacia Ibiza, me siento en el balcón y intento sin éxito leer, mi mirada sigue siendo atraída por la inmensidad azul.
¿Cómo no pensar en todas las personas pobres, las mujeres, los niños que han muerto en los últimos años porque querían unirse a nuestro sueño europeo, huir de las guerras, las enfermedades, la pobreza?
¿Cómo no enojarse?